Hechos y Lugares

Monumento a Tomás Godoy Cruz

Las fachadas de las "Casas Chorizo"

Monumento a Tomás Godoy Cruz

Entre fines del siglo XIX y durante los primeros tiempos del siglo XX la erección de monumentos y símbolos patrios fue clave como parte de la acción estatal destinada a construir y conservar la nacionalidad argentina.
En Mendoza se dispuso por ley en 1909 construir el monumento a Tomás Godoy Cruz, representante de Mendoza en el juramento de la Independencia que se realizó en el Congreso de Tucumán. El 27 de mayo de 1910, siendo gobernador Rufino Ortega, fue colocada la piedra fundamental en la plaza departamental como parte de los festejos del centenario de mayo (imagen 1).
En enero de 1911 el escultor mendocino David Godoy (Mendoza, 1870 c- Buenos Aires, 1942) presentó una maqueta del monumento, que estaba configurado por un obelisco en estilo Luis XVI. Si bien recibió halagos por la fidelidad histórica, se recomendaron modificaciones tendientes a marcar más claramente la actuación y los aportes de Godoy Cruz. A fines de febrero de 1911 el Poder Ejecutivo le encomendó la ejecución de la obra. El precio fue estipulado en cien mil pesos y quedaron a cargo del artista los gastos del transporte hasta Mendoza, y de su instalación. La obra debía ser entregada en 3 años. El escultor residía en Francia y el estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, impidió que el monumento llegara a nuestro país en el plazo acordado, siendo finalmente erigida recién catorce años después.
En 1922, el gobierno nacional tomó conocimiento del inminente remate de las esculturas, e inició las acciones necesarias para recuperarlas. En 1924, ya con las piezas en la provincia, se aprovecharon los festejos julios para inaugurar la escultura de Tomás Godoy Cruz (Imagen 2 y 3). Por ese motivo, ese año la festividad no se celebró en Capital, se organizó en Godoy Cruz. La población de la capital se trasladó a la plaza central del Departamento con “toda clase de vehículos” y la plaza estuvo completamente llena de concurrentes a los extremos que se hacía “difícil caminar por sus avenidas centrales”. El tradicional Te deum se realizó en el templo parroquial y luego se pasó a la ceremonia de inauguración. En torno a la escultura se encontraban agrupados los dirigentes y las personalidades más sobresalientes de la administración pública y del ejército. Dos mil alumnos de las escuelas provinciales entonaron el Himno Nacional. Luego se procedió a descubrir la obra, envuelta en la bandera nacional.
La pieza conmemorativa forma parte de un conjunto conformado por elementos simbólicos, alegóricos y decorativos. La imagen de Godoy Cruz de carácter realista, se alza sobre una base de 6 metros de alto. Sobre los costados se encuentran una alegoría de la agricultura, la figura de un cóndor erguido sobre el escudo de Mendoza, la placa conmemorativa de la inauguración y un sol ubicado sobre un pergamino que anuncia en 1816 el nacimiento de la patria.
El gobernador, C. W. Lencinas, hizo entrega de la estatua a Alejandro Orfila, intendente interventor de la municipalidad de Godoy Cruz y pronunció un discurso publicado en el diario La Palabra. Decía: “se verá perpetuado en este monumento que recordará a los que vienen su consagración de grande entre los grandes con el aplauso de todo un pueblo agradecido a sus méritos y a sus obras” (…) “para que sus virtudes sirvan a los hijos de este pueblo como vivo ejemplo de alta ilustración y sincero patriotismo”. Una vez inaugurado el monumento, la comitiva oficial se dirigió al edificio de la municipalidad para presenciar el desfile de las fuerzas militares en la plaza y calles de Godoy Cruz.

Texto: Natalia Luis (INCIHUSA / PR2021-21- UNCUYO)
Fotos: diarios Los Andes, La Palabra y Álbum Centenario

Las fachadas de las "Casas Chorizo"

Las ciudades argentinas y cabeceras municipales, se caracterizan por un marcado eclecticismo arquitectónico. Godoy Cruz no es la excepción. Recorriendo su centro urbano podemos distinguir diferentes y variadas tipologías arquitectónicas.  Una de ellas, sin embargo, destaca del resto. Conocidas en nuestro país como “casas chorizo”, este pintoresco nombre hace referencia a la disposición alargada de las viviendas (resultantes del aprovechamiento de los terrenos urbanos de igual forma) y la sucesión de las habitaciones, una comunicada con la otra y todas con acceso a un patio interior. Desde ciudades de numerosa población urbana como Buenos Aires, Rosario, Córdoba o Mendoza, hasta en los pequeños pueblos del país, podemos encontrar aún estas viviendas, aunque su número baja día a día, ya que se considera solamente el valor del terreno para negocios inmobiliarios.
Aún hoy, tras sufrir los embates del tiempo, estas fachadas poseen un gran atractivo arquitectónico y artístico. Aquel juego de formas puras a las que se refería Le Corbusier, no son más que las fachadas de las casas chorizo: aprovechando al máximo la disposición angosta del terreno, la mayoría ofrecen la simétrica disposición de una puerta de ingreso y dos ventanas a cada lado. Las más recientes, rompen esta simetría y poseen una entrada vehicular o cochera en uno de sus extremos.
Si pudiéramos viajar en el tiempo, veríamos cuadras enteras  de casas chorizo. La alternancia de puertas y ventanas, la altura uniforme, los elementos arquitectónicos  como arquitrabes, frisos y columnas o pilares adosados, sumados a las veredas y  acequias con frondosa arboleda, brindarían a nuestros ojos un paisaje urbano único, uniforme y ordenado, donde cada casa, mediante sus ornamentaciones arquitectónicas y la elección del color, se diferenciaría de la de su vecino. Acostumbrados al caos urbano actual, esta debería ser una vista realmente pacificadora de nuestros sentidos. Además de brindar una cierta uniformidad urbanística, las fachadas, al estar situadas sobre la línea municipal, ofrecían una clara delimitación entre las dos esferas de la vida social: la pública y la privada
En este reducido espacio, no mayor a los 9 metros de frente, se plasmó una ornamentación arquitectónica que hace honor a los oficios de la época. Para diferenciarlas y poder datarlas cronológicamente casi con precisión, podemos decir que las más antiguas tenían una decoración clásica de pilares o columnas adosadas con capiteles jónicos o corintios, arquitrabes y frisos corridos y en algunos casos, como en el remate de las ventanas, festones y rosetones. Avanzando en el tiempo, cuando en el primer decenio del siglo XX el Art Nouveau europeo ingresó en el país, esto se plasmó en las fachadas: bellos rostros de ninfas, molduras onduladas y herrería de orgánicas formas. En ciudades como Rosario o Buenos Aires, podemos observar los más destacados ejemplos, aunque en las casas chorizo mendocinas, este aporte se hizo de manera más tímida, supeditado a la disposición de los órdenes clásicos. Pero sí fue más evidente y usado con mucha mayor libertad compositiva en otras tipologías arquitectónicas, reservadas para familias más pudientes.
Por ese entonces, existía el oficio de frentista, quien era el que ordenaba la composición de las ornamentaciones de la fachada. Para sorpresa de muchos, y con un atractivo guiño al futuro, estas ornamentaciones venían prefabricadas. El frentista seleccionaba del catálogo las que necesitaba y las componía en infinitas combinaciones, pero con un criterio que tenía siempre la armonía como principio. Así, se colocaban y enlucían las juntas. Para las ventanas, los herreros elaboraban hermosas rejas o barandas, agregándoles decoraciones clásicas como hojas de acanto con gran maestría. Y los carpinteros tallaban también decoraciones en las puertas de doble hoja. En un solo frente, se reunia la pericia de varios oficios de la época, hoy en día perdidos.
 
Para el afamado arquitecto, urbanista y teórico suizo Le Corbusier, tras su visita a Buenos Aires en 1929, estas viviendas no pasaron desapercibidas a su atenta mirada. En una de sus conferencias en el país afirmó: “Dibujo las casas de Buenos Aires. Hay así cincuenta mil. Han sido hechas- son hechas cada día- por los contratistas italianos. Son una muy lógica expresión de la vida de Buenos Aires. Sus dimensiones son justas, sus formas armoniosas , sus respectivas ubicaciones se han encontrado con habilidad. Es vuestro folclore; desde hace 50 años y todavía. Ustedes me dicen “¡no tenemos nada!” Yo les respondo: tienen esto, un plan (plano) estándar y el juego de formas hechas bajo la luz argentina, un juego de muy bellas, muy puras formas ¡Observen!”

Texto: María Laura Copia (INCIHUSA / PR2021-21- UNCUYO)
Fotos: Damián Salamone

Barrio La Gloria

La Gloria es el barrio más antiguo del sudoeste de Godoy Cruz. Se ubica en el límite que comparte este departamento con los municipios de Maipú y Luján de Cuyo. Más precisamente está ubicado al este de la Ruta Nacional 40, entre las calles Rawson, Terrada, y Carrodilla.
Nació en los inicios de la década de 1970, en que el tema de las villas inestables se volvió un tema prioritario en la agenda de vivienda, debido al crecimiento de este tipo de asentamientos en los cordones suburbanos de las crecientes ciudades. Para su erradicación se proyectaban enormes conjuntos habitacionales. Este barrio, por su historia y su escala, se inserta en esta tendencia.
El sector recibe su nombre de la antigua finca La Gloria perteneciente a la firma Giol en que se establecieron distintos migrantes rurales y conformaron la villa inestable denominada El Gran Chaparral. La construcción del barrio actual comenzó en 1978 por parte del Instituto Provincial de la Vivienda (IPV) con la intención de que los ocupantes de la parcela se establecieran en las nuevas viviendas. Para ello se instalaron en viviendas provisorias a fin de desocupar los terrenos para comenzar las tareas de construcción. Además se sumaron distintos jubilados y pensionados afectados por la ley 21342 (liberación de contratos de alquiler) y otras familias provenientes de la erradicación de  las villas inestables cercanas al Estadio provincial de fútbol en vísperas del Campeonato Mundial de Fútbol ’78.
El barrio está compuesto por casi mil quinientas viviendas de bloques cerámicos huecos y techo de loza de 1, 3 y 4 dormitorios distribuidas en trece manzanas. La disposición urbana se organiza en torno a una calle principal, el Boulevard Vélez Sarsfield que tiene diferentes calles perpendiculares que dividen las manzanas que interiormente están  separadas por pasillos. Fue diseñado con importantes espacios de esparcimiento y comunitarios como el Polideportivo, la plaza principal, la Iglesia católica, la Plaza de los Niños, la Escuela primaria, jardines maternales y el Centro de Salud. Según uno de sus proyectistas, el  Arquitecto Juan José Schmidt, por la escala del conjunto a implantar se preveía a mediano plazo un importante desarrollo del área, por ello, dicho equipamiento serviría a toda la zona, por lo que se transformaría en subcentro zonal.
Las viviendas fueron diseñadas encadenadas o tipo en cinta, agrupadas de 2 a 8. Eran entregadas con condiciones mínimas para ser habitadas y era obligación de los adjudicatarios/as, estipulada por contrato,  mejorarlas y hacerles terminaciones necesarias:   así se establecía que en los siguientes doce meses luego de la adjudicación se debía finalizar la pintura y colocar pisos, en  treinta y seis meses debía estar terminado el azulejado de baños y lavadero;  y en los cuarenta y ocho se debía haber concluido los cielorrasos.
En 1983, se proyectó agregar cincuenta viviendas más de tipo prefabricadas para familias que habían perdido sus viviendas con el aluvión. Este barrio se destaca por tener una intensa vida comunitaria en que las murgas, la biblioteca y la radio comunitaria han sido instituciones fundamentales. 

Texto: Verónica Cremaschi (INCIHUSA / PR2021-21- UNCUYO)
Fotos:
archivo IPV / Diario Los Andes

"Palacio de la Caridad": La casa de Olaya P. de Tomba

La familia Tomba fue sin duda una de las protagonistas en el devenir del departamento de Godoy Cruz a finales del siglo XIX y principios del XX, gracias a su accionar en la industria vitivinícola: Antonio Tomba a los 15 años de llegado al país creó una de las bodegas más grandes de la provincia. En el plano de lo social sus iniciativas solidarias dejaron una huella en el corazón de los habitantes del departamento.
Especialmente, Olaya Pescara Maure de Tomba, fue un personaje inolvidable para toda una generación. Habiendo enviudado joven y siguiendo una tradición familiar gracias a su madre Mercedes de trabajo benéfico, estableció en su casa un comedor donde cualquier persona que lo solicitaba recibía a diario su plato de comida y ropa. Con el tiempo, su fabuloso chalet en el corazón de Godoy Cruz recibiría el nombre popular de “Palacio de la Caridad”.
Luego de la muerte de su esposo Antonio Tomba en 1899, Olaya emprende la construcción de una nueva vivienda, concretada en 1907. El chalet se estableció en la calle Rivadavia. En ese solar Antonio había establecido previamente un almacén de ramos generales apenas llegado a Mendoza. La propiedad ocupaba un cuarto de manzana, teniendo acceso por las calles Rivadavia (donde hoy está la sucursal del Banco Nación) y Tomba (donde se ubica la B+M pública municipal).
El chalet fue demolido en la década del setenta. Las pocas fotografías han sobrevivido del exterior y los interiores, nos muestran una vivienda de gran tamaño, con una fachada asimétrica de grandes volúmenes de muros entrantes y salientes y un estilo ecléctico italianizante.
El ingreso a la vivienda estaba jerarquizado por un pórtico sostenido por columnas y hacia el Oeste una de las alas poseía un torreón octogonal, coronado por una balaustrada de rejas modernistas. Las molduras ornamentales crean un juego rítmico a lo largo de toda la fachada, sobre todo en el friso bajo la cornisa. Las ventanas se coronaban con bellas molduras de hojas de acanto. Hacia el Este, la fachada se prolonga con una articulación menos pronunciada en los muros y la decoración continúa, pero de manera más sobria. Se destacaba un pequeño balcón con vistas a los jardines, los cuales contaban con esculturas de bronce. El chalet estaba retirado de la línea municipal, por lo que su entrada estaba precedida por jardines y cerrada por rejas en las que destaca un logrado trabajo de forjado.
No se reparó en gastos en cuanto al equipamiento y materiales empleados tanto en la construcción como la decoración. Mármoles, bronces y herrajes profusamente trabajados. En el interior este despliegue de lujo era también visible. Una de las imágenes que se conservan nos  muestran el salón donde la ornamentación clásica se repite, a juego con el piso de mármol, el mobiliario especialmente traído de Italia, los pesados cortinajes de elaboradas telas, los pisos de roble y los vitrales.

Texto: María Laura Copia (INCIHUSA / PR2021-21- UNCUYO)
Fotos:
archivo B+M

Busto del Tropero Sosa

Frente a la plaza de Godoy Cruz, se encuentra el busto en honor al Tropero Pedro Sosa. Héroe indiscutible de la campaña libertadora, la cual lo tuvo entre los más fieles aliados y con una gran vocación de servicio, a casi 200 años de su muerte (1823), se lo recuerda y valora como uno de los grandes cuyanos de la gesta sanmartiniana.
Al entrar por la parte lateral de la iglesia San Vicente Ferrer, camino hacia la Gruta de la Virgen de Lourdes, del lado Oeste, nos encontramos con el busto que recuerda al tropero, entre jacarandás, pinos y floridos canteros.
El busto está realizado en cemento, se eleva en un pedestal, donde confluyen formas arquitectónicas y orgánicas. Este pedestal se construyó en 2008, y para su inauguración, se celebró un emotivo acto, donde participaron diferentes agrupaciones gauchas y la comunidad en general.
Vemos características realistas en este busto, que así se denomina, porque se constituye en cabeza, hombro y pecho, no siendo un fragmento o parcialidad, sino la obra en sí misma.
⦁ En el basamento, se encuentran tres placas conmemorativas, de la asociación tradicionalista que lleva su nombre.

Texto: María del Carmen Coll (MGC)
Foto: Equipo MUVI

La casa de Julio Cortázar en Godoy Cruz

La casa godoycruceña  donde vivió uno de los grandes escritores argentinos, se encuentra en la esquina Noreste de calles Heras y Castelli. Esta sencilla casa de una planta, fue una de las tres que habitó Cortázar durante su estancia de un año y medio en Mendoza. Cortázar supo apreciar el ambiente especial de la ciudad mendocina, con su veredas, acequias y las frondosas arboledas…
En ese tiempo, Cortázar dictó clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNCuyo.

El joven profesor.
Con tan solo 29 años, Cortázar había llegado a Mendoza con la emoción de quien comienza una nueva aventura. Estar en la provincia andina representaba un enorme salto en la carrera del joven profesor, ya que hacía realidad uno de sus objetivos personales: la enseñanza universitaria.
Después de desempeñarse como docente de escuela secundaria en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires, anhelaba un puesto de profesor titular en la Universidad Nacional de Cuyo. En el libro Cartas 1937-1963 ─volumen que recopila la correspondencia del escritor─, Cortázar señala: “(…) Y ocurrió lo inesperado e inesperable: mi amigo encargado del reajuste de la Universidad de Cuyo, me llamaba para ofrecerme el interinato de tres cátedras en Filosofía y Letras, aquí en Mendoza. Dos de Literatura Francesa y una de Europa Septentrional (…)”.
Según el escritor Jaime Correas, la etapa docente de Julio Cortázar en Mendoza es muy significativa ya que en ese tiempo, culminó un proceso interior que sería decisivo para su propia obra futura y por la cual Cortázar manifiesta siempre afecto y gratitud. Comenta Correas que en este tiempo, se profundizan las relecturas que hizo el futuro autor de Rayuela para preparar sus clases universitarias, inmersión de la que salió no sólo con un programa lectivo sino también -lo que es más importante- con un “programa creativo”, que de allí en más, cumpliría en su propia obra.

Cortázar y Mendoza.
El vínculo de Cortázar con Mendoza queda reflejada en una carta, donde se despidió por última vez de la provincia, la cual fue publicada en el diario Los Andes en 1973: “Como otras veces, hubiera podido entrar en la Argentina por vías cómodas y rápidas. En cambio, tomé el Trasandino para acercarme despacio, saboreando el paisaje, como quien se demora en comer un durazno. Y te busqué, Mendoza, porque te quiero desde muy lejanos tiempos, desde una juventud que se niega a morir en vos y en mí ahora que nos encontramos otra vez, como si veintiocho años no hubieran pasado por tus calles o mi cara. Y sos la de siempre, me das otra vez el rumor del agua en la noche, el perfume de tus plazas profundas. Para un viajero del mundo que siempre llevó consigo a su Argentina y trató de decírselo con libros, qué recompensa me das hoy, Mendoza, puerta de mi casa, amiga fiel que me sonríe“.

Texto: Equipo MUVI / PR2021-21- UNCUYO

Fotos: Archivos MUVI y UNCUYO

El Hospital Lencinas

A fines del siglo XIX Mendoza se veía azotada frecuentemente por enfermedades infectocontagiosas. Los dirigentes implementaron diferentes medidas para paliar la situación. Entre otras, se planteó la necesidad de extender el servicio de agua potable, realizar una buena eliminación de desechos y desinfectar los lugares considerados infecciosos. El organismo encargado de regular e implementar medidas sanitarias era la Dirección Provincial de Salubridad, creada en 1897 (anteriormente funcionaba el Consejo Provincial de Higiene).
En esa época, la arquitectura hospitalaria sufrió una importante evolución con el desarrollo de la microbiología derivado de las teorías de Pasteur. Saber cómo se propagaban las enfermedades infecciosas permitió diseñar hospitales como dispositivos eficaces para evitar el contagio y garantizar la asepsia de áreas de cirugía. A partir de entonces cambiaron las tipologías de hospitales de la tradicional planta claustral de la colonia a la estructura pabellonar y con la utilización de jardines como fuelles de ventilación y aislación entre los bloques.
Una preocupación fundamental de los dirigentes a comienzos del siglo XX era construir una casa de aislamiento para atender los que padecían enfermedad infectocontagiosa, especialmente tuberculosis, una de las epidemias de la época. De esta situación, se hacía eco la prensa de la época que comunicaba que las cifras de enfermos de tuberculosis eran alarmantes y las autoridades consideraban que esto se debía a que principalmente no se contaba con un lugar especial para aislar al enfermo, el que “va esparciendo los gérmenes del terrible mal”.
En 1919 se encargó al arquitecto Raúl Álvarez que proyectara un hospital para infecto-contagiados que fue inaugurado en 1924 en un terreno forestado del parque General San Martín y recibió el nombre de José Néstor Lencinas. La prensa divulgaba que este hospital se había construido siguiendo los lineamientos de los verdaderos nosocomios modernos destinados a este tipo de dolencias. Se refería a las comodidades que proporcionaba y los aspectos naturales que colaboraban para un correcto tratamiento de enfermedades infectocontagiosas: aire, luz y sol.
La edificación estaba compuesta por un pabellón de administración, con las dependencias necesarias para la dirección, administración, estadística, médicos, farmacia, y consultorios externos, etc.; un pabellón para las hermanas de caridad de servicio en el mismo establecimiento y capilla para el culto interno. Tres pabellones para enfermos, compuesto cada uno de dos grandes salas y otras dos pequeñas, y de todas las otras dependencias necesarias para su buen funcionamiento, como ser: consultorios, sala de rayos X, baños, ropería, etc. Estas salas contaban con una capacidad de 180 camas.
Además el nosocomio tenía pabellón de cocina, pabellón de lavandería, pabellón de enfermos, y por último, otras construcciones, como son las del tanque para provisión de agua, garaje, etc. Además, estaba proyectada la construcción de cinco pabellones más.
Se destinaron dos pabellones a los afectados del pulmón de ambos sexos y uno a niños atacados de tuberculosis ósea, además de poseer un solarium para su tratamiento. Asimismo, se contó con otro pabellón destinado al resto de las enfermedades infectocontagiosas, en donde los dolientes se encontraban totalmente divididos y aislados.
Para atender a tuberculosos, junto con este hospital pensado con un rol profiláctico, se creó un dispensario antituberculoso, que en sus inicios había funcionado en el antiguo Lazareto. Este fue elevado a la categoría de hospital de cónicos, con el nombre “Carlos Lagomaggiore”. Dos años después de la inauguración del hospital, en 1926, se creó la Liga Nacional contra la Tuberculosis división Mendoza, que contaba con un dispensario antituberculoso donde se atendía gratuitamente a los enfermos y a la población de riesgo.

Texto: Natalia Luis (INCIHUSA / PR2021-21- UNCUYO)
Fotos:  Memoria presentada a la honorable legislatura por el ministro de industrias y obras públicas Ingeniero Leopoldo Suárez, año 1922-1923.

Cervecería y Maltería de los Andes

El origen de la Cervecería Andes se remonta a 1921, cuando por iniciativa de Otto Bemberg, un inmigrante alemán, se instaló la fábrica en el carril Cervantes 2289, de Godoy Cruz. La familia se había iniciado previamente en la industria de la cerveza en Quilmes, provincia de Buenos Aires.
Algunos de los motivos que incidieron para la elección del emplazamiento, fueron la proximidad a la estación Benegas del FFCC (en ese momento perteneciente a uno de los ramales de la compañía BAP), la disponibilidad de agua, que era transportada en tuberías desde el río Blanco y la buena conectividad, por encontrarse a la vera de un carril de jerarquía interurbana, “en el cruce de los caminos hormigonados” que conducían a Maipú y Luján.
Hacia 1936, la cervecería contaba con oficinas comerciales en la Avenida Emilio Civit y, en su planta de Godoy Cruz, se empleaban unas doscientas personas, número que podía ascender a trescientos empleados en los momentos de mayor producción. De las materias primas, además del agua, se empleaba cebada cultivada en Mendoza y lúpulo importado de Europa Central (principalmente de la región de Bohemia). Como lo indicaba su nombre, además de cerveza se producía malta, un alimento recomendado en esos años para las futuras madres y para dar vigor al cuerpo.
El complejo industrial se componía principalmente de naves industriales y bloques de producción similares a las edificaciones propias de la industria vitivinícola, ejecutadas en ladrillo y con cubiertas a dos aguas en chapas de zinc, con estructuras de cabreadas de madera. Destacaban como hitos del conjunto la chimenea de ladrillo, asociada a la producción de fuerza motriz, y la torre de maceración de los mostos.
Los primeros edificios fueron ejecutados por la empresa Silvestri y Crayón, de gran actividad en ese momento. Completaban el conjunto industrial playas de maniobras, dependencias de servicios, salas de fermentación, sección embotelladora, depósitos y algunas viviendas de operarios, edificios rodeados por plantaciones de álamos.
En 1952 el gobierno nacional dispuso la estatización de la empresa, momento en que se crearon un club social con piscina para los empleados, juegos para niños y canchas de básquet y bochas. En 1959 las propiedades volvieron a la familia Bemberg y a partir de ese momento se inició un período de modernización de las instalaciones. En 1967 y luego de una reestructuración de la sociedad propietaria, la firma cambió su nombre por el de Cervecería de Cuyo y Norte Argentino, inaugurando además la famosa torre de ocho niveles con estructura de hormigón armado, cuya función era desarrollar un nuevo sistema de producción vertical y a la vez resguardar los tanques de cobre. Desde 1998 el nombre de la empresa cambió a Cervecería y Maltería Quilmes y cuenta actualmente con una superficie de 8,5 hectáreas, una planta industrial con una superficie cubierta de 36.400 metros cuadrados y una capacidad productiva de 1.900.000 hl/año.

Texto: Pablo F. Bianchi (INCIHUSA / PR2021-21- UNCUYO)
Fotos: Revista CITA, año II, (22), 5-7; julio, 1936.

Agua potable y surtidores públicos en Godoy Cruz

El agua es un recurso escaso en Mendoza, ha sido un elemento ordenador del poblamiento y la urbanización a lo largo del tiempo, y un elemento clave para mejorar la calidad de vida de la población.
Antiguamente las acequias eran utilizadas tanto para consumo humano, como para riego y para la eliminación de desechos, siendo entonces un posible foco de infección. A fines del siglo XIX los médicos higienistas recomendaron realizar obras de infraestructura y hubo un esfuerzo por independizar los sistemas.
En 1876 se realizaron los primeros trabajos sistemáticos en cuanto a la provisión de agua potable efectivizando las primeras conexiones domiciliarias en la Ciudad Nueva, con centro en la plaza Independencia. Años después, en 1885, se amplió la red, aunque continuó siendo muy escasa (prioritariamente dotando de agua a edificios públicos). Durante el azote de la epidemia de Cólera (años 1886/7) aproximadamente el 95% de la población urbana debía proveerse de surtidores públicos.
Ahora bien, para poder hacer frente a las necesidades de la población mendocina, y ante las demoras en la extensión de conexiones domiciliarias, se fueron propagando los surtidores públicos. En Godoy Cruz, fueron colocados a raíz de un decreto de 1893, que dispuso colocar en Belgrano (antiguo nombre del departamento) cinco surtidores en las esquinas más transitadas, desde donde se acarreaba agua a las viviendas, constituyendo el primer antecedente de provisión de agua potable al sitio.
Durante los primeros años del siglo XX continuó la escasez de líquido potable. En 1914 había sólo un total de 3981 conexiones domiciliarias en la provincia, de las cuales 3791 correspondían a Capital y 190 a Godoy Cruz. Por ello, la mayor parte de la población se continuó abasteciendo de agua de surtidores públicos, lo cual generaba largas esperas y traslado hacia el lugar de expendio. Por esta razón, siguió siendo habitual (por ser la única posibilidad para algunos), proveerse de agua de las acequias para el consumo diario, con las consecuentes posibilidades de contraer enfermedades mediante su uso.
El servicio de agua potable domiciliaria se fue ampliando y en 1917 se terminaron las obras en Godoy Cruz, departamento prioritario para la economía provincial por ser uno de los centros agroproductores. No obstante, es importante remarcar que cuando se lograba la extensión del servicio de agua potable, este llegaba solamente hasta la capital departamental, quedando de esa forma relegadas muchas zonas que continuaron proveyéndose de los canales o acequias en las que circulaba agua de riego, y de los surtidores públicos, que continuaron funcionando durante el siglo XX e incluso, algunos, en la actualidad.

Natalia Luis (INCIHUSA / PR2021-21- UNCUYO)
Imágenes– Surtidor público funcionando actualmente en la esquina de las calles 9 de julio y Valle Grande, Godoy Cruz. Fuente: fotografía de la autora, abril 2023.

Oratorio de San Vicente Ferrer

El templo u oratorio colonial dedicado a San Vicente Ferrer, fue levantado hacia 1753 por Tomás de Coria y Bohorquez. Este oratorio fue elevado en 1786 a la categoría de Viceparroquia y en 1804 se le dio jerarquía de Parroquia. La descripción del conjunto religioso que llega a nuestros días proviene de un inventario realizado en 1853, es decir, unos 100 años después de la construcción del oratorio colonial. No podemos asegurar que en su prolongada existencia, el templo no sufriera modificaciones e incluso reconstrucciones en el mismo emplazamiento, atendiendo a la condición sísmica de Mendoza. En cualquier caso, el conjunto inventariado constituyó un valiosísimo referente de la arquitectura colonial religiosa: su equipamiento da cuenta de los usos y costumbres asociados al culto. Su distribución evidencia las formas de vida propias de esos años.
El conjunto se ubicaba en un solar de 102 m de longitud, con frente en la actual calle Balcarce y 84 m de fondo sobre la actual Rivadavia (Figura 1). Esta localización queda confirmada por un levantamiento urbano realizado en 1858, que mostraba las principales conexiones territoriales, la plaza central y el solar con las “oficinas del servicio de la casa” (Figura 2). El cementerio ocupaba parte del mismo predio y estaba confinado en el costado Sur del terreno.
El templo, una nave única de 26 m por 5 m, fue construido en adobe (Figura 3). Contaba con “coro alto, piso embaldosado y un altar mayor-retablo, de madera pintado de azul”. El altar principal albergaba una efigie de la Virgen del Tránsito, flanqueada por imágenes de San Vicente Ferrer a la derecha y San José a la izquierda, “de bulto con su vestido”. Un altar lateral de adobe, adosado al muro, estaba dedicado a la Virgen del Rosario. Otro, “con retablo de madera y tarima”, ostentaba cuadros del Corazón de Jesús, de la Virgen del Socorro y de la Verónica. Un tercer altar, también en adobe, estaba dedicado a la Virgen de las Mercedes, con lienzos pintados de San Diego y San Pablo. De los equipamientos más relevantes, destacamos cuatro confesionarios de madera, púlpito del mismo material y la pila bautismal “de cobre con tapa de madera”. Al Norte de la nave única y adosados a ella, se encontraban en hilera la Sacristía Vieja (que contenía los libros del archivo parroquial y los enseres para las celebraciones), un zaguán que conectaba con el patio, la Sacristía Nueva con todas las vestimentas del cura, el Baptisterio, un segundo pasaje al patio, acceso a la torre-campanario y un depósito. Al frente, una “plazuela” jerarquizaba el acceso al conjunto.
En sentido perpendicular y adyacentes a la Sacristía, estaban las habitaciones para residencia del cura, luego se hallaba un pasaje hacia una zona de corrales orientada al Este, con enramadas para caballos y habitaciones de servicio. Finalmente otra tira de cuartos que, enfrentados al primer bloque, componían un esquema en “U” que se abría a una galería, soportada por pies derechos de madera. En esta tira se ubicaban otra habitación para religiosos, despensa, sala, aposento y finalmente el fogón o cocina, al exterior. Vinculado al fogón, un pasaje comunicaba con el “traspatio”, sembrado con árboles frutales y en comunicación con otros locales de servicio, como el lavadero (Figura 4). Hacia los fondos se encontraba un paño plantado con uva moscatel en parral, mientras que el resto de la parcela se destinó al cultivo de alfalfa.

Texto y reconstrucción digital del conjunto: Pablo Bianchi (INCIHUSA / PR2021-21- UNCUYO)

Godoy Cruz y su pasado molinero

Mendoza, como desierto, dependió del agua para su desarrollo y crecimiento, por lo que sus cursos de agua fueron condicionantes desde los orígenes. Los molinos, al utilizar la fuerza del agua para activar la maquinaria de molienda, se localizaron en las laderas de los canales más caudalosos y sus dimensiones de grandes galpones para albergar las máquinas y disponer de los espacios para la elaboración de harinas se transformaron en verdaderos hitos de referencia en el territorio departamental y estructurantes de las actividades en su entorno inmediato.

El actual departamento de Godoy Cruz pertenecía al Segundo Departamento de Campaña. El censo de 1864 informa que, sobre un total de 1575 cuadras cultivadas, sólo 46 estaban plantadas con cereales. La mayoría de las tierras estaba sembrada con alfalfa, materia prima esencial para el engorde de ganado vacuno que se transportaba en pie hacia Chile. La zona era especialmente propicia para la instalación de molinos harineros, sobre todo en las proximidades del canal Zanjón. Entre otras razones, porque este departamento de campaña poseía grandes extensiones de tierra, que permitían vincular las plantaciones de trigo o maíz con el propio establecimiento de molienda, lo que abarataba los costos del flete. En segundo lugar, porque el canal Zanjón llevaba buen caudal de agua, antes de ingresar de lleno a territorio más urbanizado, donde la disponibilidad de agua mermaba. Finalmente, la pendiente natural del terreno facilitaba el funcionamiento de los molinos hidráulicos, que distribuían las aguas desde las obras de toma hacia acequias menores y zanjones, una vez que se incorporaban al circuito productivo de la molienda.

En Godoy Cruz se asentaron al menos diecinueve establecimientos, de los cuales dos provenían de época colonial, “con autorización de funcionamiento concedida por el Cabildo”. A mediados del siglo XIX se detecta un notable aumento de estas industrias (poco más de la mitad de ellas se asentaron en los años previos a 1850 y hasta 1870). A fines del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX se instalaron algunos más. Entre los más relevantes se encontraban el Molino de Pablo Olive, también conocido como Molino General Belgrano (1840), en la zona actual del puente Olive; el Molino de Benigno Solanilla o de Estrella (1885), en la actual ubicación de la capilla de la Carrodilla; el Molino El Calvario (1858) propiedad de José María Lagos y en la zona que hoy conserva el mismo nombre, el molino de Antonio Tomba y Luis Mayorga (1895 ca) en el cruce de las actuales Av. San Martín y Rivadavia, donde luego se edificó la bodega Tomba y el molino de Castaños y Marini (1900 ca), “el más importante de la provincia y el más complejo desde el punto de vista tecnológico”, situado próximo al canal Tajamar y en el borde del canal Zanjón, sitio que alberga en el presente un hipermercado.

A diferencia de lo ocurrido en otros departamentos de Mendoza, donde se reconvirtieron los espacios industriales de los molinos a bodegas, luego de operada la modernización vitivinícola de fines del siglo XIX, en el caso de los molinos y a excepción de dos establecimientos (Trapiche y Tomba), ninguno de ellos reorientó su actividad. Es decir, la producción de harinas continuó desarrollándose, constituyendo una actividad referencial en la zona, hasta avanzado el siglo XX. Algunas crónicas relevadas en la prensa hacia 1920 permiten confirmar que la actividad, junto con industrias asociadas, continuaba activa, a saber: fábricas de fideos, fábricas de pasta de papel, aserraderos y talleres mecánicos.

Texto: Pablo Bianchi (INCIHUSA / PR2021-21- UNCUYO)